Tarea de lengua: Reportaje 3.


El misterioso auge de las alergias a los alimentos.


Habían pedido el almuerzo en una hamburguesería. Iban allí a menudo porque dan mucha información sobre los ingredientes que utilizan en la cocina. Rodrigo Capapé, de ocho años, es alérgico al huevo y a los frutos secos. No puede comer nada que los contenga, ni siquiera en pequeñas trazas. Así que pidió el mismo menú de siempre, porque es lo más seguro. Enseguida se dio cuenta de que algo no iba bien. Empezó a sentirse mal. Cada vez peor. Estaba con su madre, que vio que a su hijo le costaba respirar. “Pensé que era asma”, recuerda agobiada Trinidad Rodríguez. Era peor. Se estaba asfixiando porque, de alguna forma, algún resto de un fruto seco había llegado a su plato. “Mamá, que me muero”, le dijo. “Se le estaba cerrando la tráquea. Lo llevé corriendo al hospital. Le pusieron el tratamiento y se quedó en observación”, relata, y confiesa que aún se siente mal por lo que sucedió, hace solo unos meses. Cuando lo recuerda, se emociona.

La culpabilidad es un sentimiento habitual en padres de niños alérgicos a los alimentos. Se sienten culpables cuando le aseguran a su hijo que puede comer cierta cosa con total confianza, que no pasa nada, pero al final resulta que sí pasa, que por cualquier error o malentendido ha ingerido algo que no debería. Se sienten culpables cuando lo llevan al cumpleaños de un amigo y allí toma por error algo que no puede comer. Se sienten culpables cuando, ante una reacción alérgica, no interpretan bien las señales y el niño sufre unos minutos más de lo necesario. Y algunas reacciones son muy fuertes, incluso pueden causar la muerte.

Nerea Ortiz, madrileña de 14 años, olió unos bocadillos de tortilla recién hecha que unos niños se estaban comiendo, a unos pocos metros de ella, en el descanso de una competición deportiva. La simple inhalación de partículas de huevo le provocó una grave anafilaxia que la dejó tres días ingresada en un hospital tras sufrir problemas respiratorios, estomacales y pérdida de conocimiento.
La anafilaxia es una especie de explosión alérgica que afecta a todo el organismo y que se produce de forma brusca. Puede ser fatal. Una reacción puede ser leve y causar picor de boca o garganta, o moderada y provocar síntomas cutáneos (rojeces, picor, hinchazón), respiratorios (ahogo) o digestivos (náuseas, diarrea). Pero una anafilaxia es una reacción grave que causa dos o más de esos síntomas a la vez,y puede además producir mareos, una bajada de tensión y afectar al corazón.

El huevo no es el único problema de Nerea Ortiz. “También soy alérgica a los frutos secos, a las legumbres, a casi todas las frutas, menos la manzana, la pera y la naranja; tampoco puedo comer la piel de la fruta, el pollo poco cocinado y los cacahuetes [pese a la creencia popular, no son frutos secos, sino legumbres]”, enumera esta adolescente de pelo castaño oscuro y piel bronceada por el sol de Guadarrama (Madrid), donde pasa una semana de finales de junio con otros niños en un campamento de verano para alérgicos a los alimentos.

De izquierda a derecha y de arriba abajo: Daniela Miranda Galán, 5 años y alérgica a la proteína de la leche de vaca; Carlos Matías, de 14 años, alérgico al huevo, a los frutos secos, al cacahuete y al pescado; Rodrigo Capapé, de 8 años, alérgico al huevo y a los frutos secos; Nerea Ortiz, de 14 años, no puede comer huevo, frutos secos, legumbres, frutas (menos la manzana, la pera y la naranja), la piel de la fruta, pollo poco cocinado y cacahuete; Silvia García, 7 años, es alérgica a la leche, y Adrián, de 2 años, a la leche y al huevo.

Sentado junto a ella está Juan Julián Martínez, de 14 años, de Guadalajara, que recita su lista de alimentos prohibidos: “Los frutos secos, los cacahuetes, los pólenes de gramíneas y artemisa y el melocotón”. Cuando los ingiere por error, le provocan el cierre de las vías respiratorias y un picor insoportable en la boca.

El número de personas con alergias se ha disparado desde comienzos del siglo XX, cuando dos científicos franceses, Charles Richet y Paul Portier, diagnosticaron el primer caso mortal de anafilaxia. En 1913 ganaron el Nobel por su trabajo, pero por entonces ese tipo de reacciones eran poco habituales. Ahora empiezan a serlo. No solo las alergias a los alimentos, sino también a los medicamentos y las ambientales. En la actualidad, alrededor de 17 millones de ­europeos sufren algún tipo de alergia relacionada con la comida, según la Academia Europea de Alergia e Inmunología Clínica. De ellos, 3,5 millones tienen menos de 25 años. Se calcula que hay 15 millones en Estados Unidos. En España se ha triplicado la proporción de personas afectadas en dos décadas: del 3,6% en 1992 al 7,4% en 2005 y al 11,4% en 2015, según la última edición de Alergológica, un estudio epidemiológico de referencia elaborado por la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica.

Las reacciones graves por alimentos afectan más a niños y a adolescentes (son la principal causa de anafilaxia en los menores de 14 años). Lo ve a diario en su consulta la doctora Sonia Vázquez, alergóloga del ­hospital Clínico San Carlos de Madrid. “A nivel mundial se han incrementado los casos de alergia a alimentos en los últimos 10 años. Ha empeorado también la severidad de las reacciones alérgicas y aumentado el número de reacciones graves que amenazan la vida del paciente”, explica en su consulta. Cuando se trata de bebés o niños pequeños, las más frecuentes son las alergias a la leche, el huevo, el pescado y los frutos secos. Cuando son más mayores, incluso adultos, surgen “las alergias a proteínas asociadas a frutas y vegetales: la profilina y la LTP [se concentra en la piel del alimento]”. Las frutas provocan el 44,7% de las alergias en el total de la población, 10 puntos más que en 2005, según Alergológica, seguidas de frutos secos, mariscos y pescados.

Son los primeros días del verano y el ajetreo es el habitual en el Clínico de Madrid. Como casi siempre, el servicio de alergia está a pleno rendimiento. Decenas de pacientes esperan en una sala. Desde hace unos meses, Leyre Gil Pérez, de 10 años, ya puede comer huevo, y acude al centro sanitario para una revisión rutinaria. Confiesa que, aunque por fin puede tomar tortilla de patata, no le entusiasma mucho el sabor. Ella es un caso exitoso de lo que se conoce como inmunoterapia oral, el tratamiento más habitual en los casos de alergia a los alimentos, y que se suele utilizar sobre todo con el huevo y la leche. Consiste en dar a los pacientes una dosis cada vez mayor del alimento en cuestión para que lo ingiera sin que le haga daño. “Consigues que tolere el alimento, pero no le curas. Necesitas mantener esa ingesta regular; solo un 30% logra una respuesta mantenida aunque no tome su dosis”, explica Vázquez. Así que para evitar una recaída, Leyre tiene que comer tres huevos a la semana.

Los humanos llevan milenios comiendo leche, fruta, huevos y frutos secos. ¿Qué está pasando? ¿Por qué se vuelven contranosotros los alimentos? Es cierto que existe un mayor conocimiento sobre las alergias y se diagnostican mejor, lo que saca a la luz más casos, pero el aumento es demasiado llamativo para justificarlo solo con este hecho. Las teorías para explicar este incremento difieren, pero una idea se repite: los cambios en el estilo de vida. “Es uno de los precios que hemos pagado por el desarrollo”, advierte el doctor Joan Bartra, especialista del hospital Clínico de Barcelona y profesor de la Universidad de Barcelona.

Hay muchas piezas en el puzle de las disfunciones del sistema inmune. Se habla de cierta influencia genética que, sin embargo, no explicaría el problema en su totalidad, ya que los cambios se han producido en poco tiempo y los genes no van tan rápido. Todo apunta, dice Bartra, a que la dieta desempeña un papel importante: “Comemos más alimentos procesados y grasas saturadas de origen animal, y menos frutas y verduras”. Todo ello perjudica a los microbios que habitan en nuestros intestinos (microbiota o flora intestinal).

La contaminación ambiental tampoco ayuda, porque estimula la respuesta alérgica en general y hace que el sistema inmune sea más sensible. Los investigadores también están interesados en lo que sucede en el embarazo y durante los primeros días de vida del bebé. Por ejemplo, cómo afecta el hecho de que haya más nacimientos por cesárea, dado que esos bebés no atraviesan el canal de parto, lleno de bacterias protectoras de la madre.

La rebelión de los alimentos es, básicamente, un misterio. La búsqueda de las causas acaba de comenzar. “En realidad no se sabe con certeza por qué han aumentado tanto las alergias alimentarias. También se está viendo una relación entre el incremento de las alergias al polen con las alergias a la fruta”, explica el doctor Luis Echeverría, coordinador del Grupo de Trabajo de Alergia Alimentaria de la SEICAP. Desde su consulta de pediatría en el hospital Severo Ochoa de Leganés, Echeverría ayuda a niños como Rodrigo Capapé a superar sus alergias. Mientras el chico se come un filete de pollo empanado con huevo, sin ninguna reacción para alegría de su madre, el médico aborda otro debate. Durante un tiempo, se aconsejaba aplazar la introducción de nuevos alimentos, sobre todo en niños con riesgo alérgico. Por ejemplo, el huevo había que darlo a partir del año de vida. Sin embargo, investigaciones recientes apuntan a que la introducción precoz puede ser más beneficiosa.
No siempre hay cura. Y en muchos casos una alergia condiciona la vida de quien la sufre. En los últimos 10 años han aumentado en siete veces los ingresos hospitalarios de niños por reacciones graves causadas por un alimento. “Los padres intentan protegerlos, porque tienen miedo. Muchos cumplen 15 años sin haber salido apenas de casa”, cuenta Nuria Miguel, miembro de la Asociación Española de Personas con Alergia a Alimentos y Látex, y madre de Nerea Ortiz. Ella es la coordinadora del campamento en el que su hija y otros 65 niños con alergias pasan unos días en Guadarrama. Hay una doctora y una enfermera. El menú está pensado para todos, sin el riesgo de que por error un ingrediente acabe en el plato equivocado. Hoy toca pollo, judías verdes, lechuga y manzana.

La asociación de Nuria Miguel agrupa a 1.500 familias que piden mejoras en el etiquetado, porque la leche, el huevo o los frutos secos se incluyen en alimentos que uno no esperaría (por ejemplo, la mayoría de los embutidos llevan proteína de leche). También exigen que se generalicen los protocolos en los colegios, para que reconozcan una reacción y sepan qué hacer, y en las emergencias médicas, donde la respuesta ante una sospecha de anafilaxia debería ser la adrenalina (todavía hay doctores que aplican otros tratamientos menos contundentes).

Es por la tarde en el campamento. Anoche hubo sesión de cine y los niños trasnocharon un poco. Los más pequeños acusan la falta de sueño, pero participan en las actividades con ganas. Tampoco le ha quedado mucho tiempo para dormir a David Ortiz, marido de Nuria Miguel y padre de Nerea. Pese a tener el turno de noche en su trabajo en Madrid, a la hora de la comida ya está en Guadarrama para echar una mano: “Mi hija tiene 14 años y va a empezar a salir con amigos. Y pienso: ‘¿Con quién se besará? ¿Tendrá restos de frutos secos en los labios?”. Dudas que ningún médico le podrá despejar.

Fuente: https://elpais.com/elpais/2018/09/27/eps/1538044303_709894.html

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